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Nació en Guanta, Edo Anzoategui en 1.948, muere en Caracas el 24 de marzo de 2.010 Profesor graduado en el Instituto Pedagógico de Ccs Especialista en Historia y Geografía. Abogado. Postgrado en Dcho Administrativo. Experto en Dcho Municipal. Diplomado en Dcho Marítimo. Miembro del Colegio Nacional de Abogados. Periodista. Especialidad en Periodismo Corporativo. Miembro del CNP Estudios de Ciencias Políticas. UCV Productor Nacional Independiente Nº4.250 MCI. Locutor Certificado MTC.Nº 10.862. Presidente Regional de COPEI. Cargos y representaciones Presidente del Concejo Municipal de Sotillo. Diputado a la Asamblea Legislativa. Secretario General de Gobierno Gobernador del Estado Anzoátegui (E) Trabajos de investigación publicados: “Personajes Notables de Oriente” I y II (coleccionables de El Tiempo) Trabajos de investigación próximos a publicarse: “Historia Constitucional del Estado Anzoátegui” y “Apuntes para una geografía física del Estado Anzoátegui” Poeta. Poemarios “Cinco Pañuelos” Fondo Editorial del Caribe. Y “Las mismas piedras, las mismas” Columnista Diario El Tiempo y Semanarios “La Razón” y “Quinto Día”.

domingo, 27 de junio de 2010

¿Qué importa que sigan Muriendo?


Diario El Tiempo 25 de abril de 1.984

¿Qué importa que sigan Muriendo?

Por
Víctor Gil


Es probable que usted recuerde haber leído en algún diario local o escuchado en cualquier noticiero radial, que en un barrio llamado Razetti II, ocurrió la muerte inesperada o accidental de un niño al rodar por un barranco y golpearse el cráneo con una roca; tal vez, es probable también (aunque no lo creo) que usted recuerde que ese niñito se llamaba Héctor José, después de eso, juro por mi mismo, usted no se acordará, ni le preocupó, ni se inmutó, ni le paró a esa noticia, caliche ya para los medios de comunicación, que no valía la pena un esfuerzo sostenido de investigación para la policía. Ya la torpe muerte de niños que viven en los barrios es tan..., que nadie repara en ello.

Ese niño cometió el absurdo de vivir con su familia, y 23 familias más, en un terreno que ellos creyeron era de nadie, es decir, era un terreno de todos, nacional, como cree el pueblo, que efectivamente el Patrimonio Nacional es de los que vivimos aquí. Hace poco, un maldito dia llegaron unas máquinas enormes, unos tractores con un ruido como de guerra, y comenzaron a remover toda aquella tíerramentazón que se ve alborotada en la margen izquierda de la entrada de la vía a El Rincón.

Dicen que es una empresa urbanizadora de unos señores llamados Carlos. Andrés Pérez y Sucre Figarella.
Un ingeniero se acercó y les dijo: "Se van o les tumbamos los ranchos encima". Forcejeo de la humilde gente, llanto más bien, de impotencia, súplicas, lo máximo que consiguieron fue, hace unos días, que la empresa les terraceara una colina (sin permiso de nadie) de la manera más económicamente posible, es decir, sin respeto a ninguna norma técnica, ni respeto por la seguridad de la vida de aquellos seres humanos, a los cuales medio les dieron tiempo para que desarmaran sus rancho de zinc y cartón para trasladarlos a aquella cima de muerte segura. Una de las veintitrés familias era la familia Hernández, apellido de la madre Mariela Hernández, con cuatro hijos, tres hembras, Joselys, Daiana y Lisbeth y un varoncito de seis años, Héctor José. A los cuatro días de estar apiñados en aquel terraplén del demonio, sentado sobre una gigantesca roca, a Héctor José se le cayó un carrito metálico con el cual jugaba de tantos sueños, cuando bajó a tomarlo el mundo se le vino encima...y rodó junto con tierra y piedra hasta quedar acuñado contra otra roca con el cráneo vuelto papelillo rojo, con un universo tumefacto en las pupilas.

Sus tres hermanitas, pequeñas, flacas, pelo de tierra, siguen viviendo frente a la roca donde murió el hombre de la casa, unas flores de plástico marcan el sitio. Cuando Mariela baja a vender arepas rellenas y jugos en la entrada del Hospital, debe llevárselas, tiene miedo que mueran aplastadas. La compañía, por temor también a que la acusen, le ha prometido construirle un rancho más abajo, en un lugar menos inseguro. Al frente Margarita Rodríguez, quien también vende empanadas que lleva una cava de anime forrada de teipe verde, al Hospital, para mantenerse, junto con sus trece hijos asombrosamente pequeños Jesris del Valle, Héctor Luis, Marvelys, José Gregorio, Germán Antonio, Rosalba, Carmen, Cándida, Luis, Enrique, Marisela, Adora, Luis Alberto y Rosa, en un rancho de un solo cuarto, sin luz eléctrica, con la angustia de la muerte rondándole entre los ojos amarillos, siente celos por lo que le ocurrirá a Mariela quien tendrá un rancho más abajo. Al lado María Luisa Vallenilla, con el esposo muerto hace unos meses arruinada ya, siendo tan joven, arrimada en el rancho de su madre, ya vieja, Cruz Luisa, mira con desesperación como las grietas del patio, del barranco que se encuentra a cuatro metros de donde duermen, se acercan desmoronándose en los bordes. Algunas familias se han ido, han invadido otros trozos de esa patria, en la que no tienen ya nada, ni el aire de respirar. Desde aqui arriba se ve bonito a lo lejos.

Desde arriba los canales de El Morro, las casas de Pueblo Viejo, Doral Beach y Country Club, parecen espejismos dignos de asaltarse. Aquí, en este cucurucho de cerro remachado, donde se muere tan sin
sentido, se resume la historia de cuchufleta que hemos vivido y se desnuda con trágica pirueta la mentira que hemos fabricado para inventar sacrilegios de honra a la sin razón de una democracia recargada de vómito y de heces. Desde aquí se siente que toda palabra es hueca, que toda esperanza es imposible, aquí se sabe ya, en carne de muerte propia y en violento ultraje permanente, porqué en El Salvador o en Nicaragua se cambia tan fácil una muerte de piedra por una muerte de bala sin que importe mucho.

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