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Nació en Guanta, Edo Anzoategui en 1.948, muere en Caracas el 24 de marzo de 2.010 Profesor graduado en el Instituto Pedagógico de Ccs Especialista en Historia y Geografía. Abogado. Postgrado en Dcho Administrativo. Experto en Dcho Municipal. Diplomado en Dcho Marítimo. Miembro del Colegio Nacional de Abogados. Periodista. Especialidad en Periodismo Corporativo. Miembro del CNP Estudios de Ciencias Políticas. UCV Productor Nacional Independiente Nº4.250 MCI. Locutor Certificado MTC.Nº 10.862. Presidente Regional de COPEI. Cargos y representaciones Presidente del Concejo Municipal de Sotillo. Diputado a la Asamblea Legislativa. Secretario General de Gobierno Gobernador del Estado Anzoátegui (E) Trabajos de investigación publicados: “Personajes Notables de Oriente” I y II (coleccionables de El Tiempo) Trabajos de investigación próximos a publicarse: “Historia Constitucional del Estado Anzoátegui” y “Apuntes para una geografía física del Estado Anzoátegui” Poeta. Poemarios “Cinco Pañuelos” Fondo Editorial del Caribe. Y “Las mismas piedras, las mismas” Columnista Diario El Tiempo y Semanarios “La Razón” y “Quinto Día”.

lunes, 12 de julio de 2010

Cazadurias


Diario el Tiempo, miércoles 24 de octubre de 1.984

Cazadurías

Por:
Victor Gil


Había que poner el lazo disimulado, casi taparlo con aquel polvo de suelo suelto, blanco casi, con ramitas livianas, extendido así, como formando en torno de guayaba-pera, con unos ganchos de horquetas sujetados a la tierra, pero no duro, asi suavecito, casi como que ya se fuera a soltar. Después había que traer el palo de la matica mediana, que resistiera la doblada sin reventarse, llevarlo poco a poco, hasta que estuviera tenso, en equilibrio, como cuando uno se venía caminando desde arriba por los tubos de petróleo que bajan por Colombia, en equilibrio entonces uno le colocaba un pedazo de pan, hasta cuando llegaron los cuentos de Bugs que vendía Mario en la heladería, uno entonces le colocaba pedazos de zanahoria, si había, después del pan o de la zanahoria entonces uno agarraba cagarruticas de ellos mismos y se las ponía como haciendo caminitos hacia el centro, para que oliera a ellos mismos, para hacer borrar nuestro olor de sudor.

Así me enseño Cheo Laya a coger conejos con lazos. Nosotros no íbamos por la falda derecha de la fila de Bellorin, pues a la izquierda lo que estaban eran los chivos de los Rizales y los Villael, buscando hacia la Sinclair, sincler decía uno como un musiú de donde se veía el cementerio, el mar desde ahí ni se veía por los cocales, pasábamos por un zanjón llenito de cardones y un tunal tupido, jorungabamos los nidos de los ratones, blanquitos los hijitos, sin un pelo, se engarruñaban cuando los tocábamos. Agarrábamos las pitahayas que a uno le ponían roja la boca, como labio pintado, dulces pero hinconas, puyadoras, de espinitas como pelusillas. Los lazos los poníamos ya de tardecita, ya cuando el sol se iba metiendo por entre los tanques de petróleo y se ponía de color de poderse ver.

En refrescar la tarde salíamos a poner los lazos, nos lo robaban a veces, los picheros, decíamos nosotros. Pero no éramos buenos lazadores, bueno, yo no era. Una sola vez encontré un conejo en uno de mis lazos, eran tres lazos puestos el sábado, lástima daba verlo, estaba enterito, era como de color de aquel mismo terraplenerio, o era que estaba empolvado, y las orejas suavecitas, negritas, en los ojos tenia como lágrimas resecadas, estaba cogido por la parte de atrás, por el cuadril, dijo Cheo.

A una pimpina de silencio y pelusa se me pareció. Estaba medio duro y cuando le pegue la mano una mosca grandísima verde y negra le salió por los huecos recortados de la nariz. La gente se come a esos conejos cogidos en lazo. Yo lo dejé ahí, que se lo lleven los picheros.



No puse más lazos para coger conejos, sino otros, como los que junto con Joaquín Cardozo íbamos a poner pon detrás del dispensario, por donde el doctor hizo unos huertos y José, el portugués, tenía una lechozalez y unas yucas, mandioca decía é1, yo no se si con estas eran con las que su mujer hacia los buñuelos que vendía.
Se ponía arroz en el lazo y entonces venían las maraqueras y las tórtolas, las cabecitas azules y las que tenían como anillo blanco por el cuello, algunas se agarraban vivas, atadas por las patas, sin poder zafarse, sin poder volar, las enjaulábamos, si se morían entonces las asábamos, de sabor bueno, según.

Eran cacerías por lazos, por cuerdas, por guarales corredizos, de pájaros potocas, de conejos que había por esos cerros ahora tan enrranchados.
Una tarde se nos apareció, para el susto del diablo, un venado inmenso. Era en la via del ferrocarril, cerca de un maco grande donde pasaba horas enteras con el entero placer de no hacer nada, recostado entre aquellos ramos gruesos, escribiendo a veces versos, de esos de muchacho, como lo que escribí a las manos de una muchacha morena, manos las cuales aún creo que si las hubiese batido así, fuerte, como aleteando, se hubiera levantado y volaría como gaviota, como nube liviana, de tan ángeles que eran.

Creo que fue el mismo venado que después vimos en una foto, muerto guindando en un palo, patas arriba, Carlitos, Orlando y Leonides con un fusil, como cazadores, ya de otra clase.

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