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Nació en Guanta, Edo Anzoategui en 1.948, muere en Caracas el 24 de marzo de 2.010 Profesor graduado en el Instituto Pedagógico de Ccs Especialista en Historia y Geografía. Abogado. Postgrado en Dcho Administrativo. Experto en Dcho Municipal. Diplomado en Dcho Marítimo. Miembro del Colegio Nacional de Abogados. Periodista. Especialidad en Periodismo Corporativo. Miembro del CNP Estudios de Ciencias Políticas. UCV Productor Nacional Independiente Nº4.250 MCI. Locutor Certificado MTC.Nº 10.862. Presidente Regional de COPEI. Cargos y representaciones Presidente del Concejo Municipal de Sotillo. Diputado a la Asamblea Legislativa. Secretario General de Gobierno Gobernador del Estado Anzoátegui (E) Trabajos de investigación publicados: “Personajes Notables de Oriente” I y II (coleccionables de El Tiempo) Trabajos de investigación próximos a publicarse: “Historia Constitucional del Estado Anzoátegui” y “Apuntes para una geografía física del Estado Anzoátegui” Poeta. Poemarios “Cinco Pañuelos” Fondo Editorial del Caribe. Y “Las mismas piedras, las mismas” Columnista Diario El Tiempo y Semanarios “La Razón” y “Quinto Día”.

lunes, 5 de julio de 2010

Cupertino


Diario El Tiempo, Puerto La Cruz, Miércoles 29 de agosto de 1984







Crónica de la ciudad
Cupertino
Por
Víctor Gil

Cuando después, más tarde, me aprendí de memoria algunos trozos del poema "la cerca de piedra", de Antonio Arráiz, lo hice pensando en aquel alto rango formado hombre que hasta poco, casi nada, fue Cupertino Cotorett.
Aunque no hablaba, no había duda de que debajo de sus bigotes de cerda, de su pipa carcomida cantaba canciones de cuna.
El viejo Harry Keene trabajaba con la marra, el dolobre, el martillo, el escolfo, el cincel.
El bosque se poblaba de sonidos certeros como aforismos. Los árboles se llenaban de sabiduría y los pájaros salían a dar la noticia. Ahora la noticia de los numerados pájaros que quedan, será la de que murió un árbol, grande, troncoso y que vinieron a meterlo debajo de la tierra, de aquella tierra roja, parda y pobre, por ahí, por la partecita más empinada del camposanto, de aquella parcelita de cariaquitos y maticas rastreras que se le pegan a uno de los pantalones como diciendo llévame de aquí, de estos muertos. Por ahí, usted entra y sube a mano derecha, ya casi para bajar la subidita.
El ataúd era de ronca madera, sin adorno, como las repisas que hacía para alumbrar santos sencillas, lisas. Carpintero hacedor de aserrín y volutas Enrolladas como los crespos del niño Jesus que tiene la VÍrgen de los Desamparados.
Cupertino transformaba las tablas de cosas útiles, para sentarse a comer, para acostarse a dormir. bancos de oír misa.
Era de las sierras altas, nubilosas de las montañas de café y naranjas, de los Altos.
Su primera sangre vendría de más allá del mar, de donde se es blanco y alto fuerte, pero él se sembró entre los olores del cedro blanco, del apamate, de los saquisaquis, en los olores casi ácidos de la caoba, en el amor de otra montaña amorosa y pequeñita que nombran Luisa Beltrana, hija del viejo Guevara, guerreador de otras eras, edades de Rolando, con quien espantábamos pericos de los conucos en la vía de Chile, el caserío de cerca del de Guayuta, puros farallones. Celestino Guevara dueño de Los Cangrejos y de unos toros que andaban por la Fila.

Una mujer para el molde de hacerlas, maga de las chichas y del capino, que es casabe fermentado, de dulce y pelo negro, contrastando con aquella carnamentazon llenando pechos y brazos y piernas peludas que era Cupertino. Uno se imaginaba que si Cupertino hubiera tenido las ganas de irse hasta la esquina y abrazar el samán del maracucho lo hubiera podido arrancar, de la fuerza que tenla, las casas de al lado también las hubiera arrancado con las raíces, no ve que era un samán de más de cien años que está allí en la medianía donde se cruza para la Anzoátegui. Sin embargo, era tan estrictamente delicado en los tratos con la gente y con las tablas, y con aquella pipa blanca de marfil, que terminaba en una cabeza de jefe indio con penacho todo un plumaje la llenaba con tabacos olorosos, de humos azules, fascinantes.

Uno pensaba que cuando fuese grande como Cupertino, también fumaria en una pipa blanca con cabeza de indio y formaría nubes azules de olorosos tabacos, para soñar que se tenía un cuartito taller con clavos, colas, serruchos, limas, escorfinas, escuadras, martillos, cepillos de hacer lisuras y virutas y aquellos olores de fantasía, de viajes, con maderas delgadísimas para hacer figuritas recortadas, pescaditos y palomas, para cortar cartones y fichas de loterías donde se pintaba a la picoca, las tres pelotas, los tres clavos, la pitahaya, como aquellas loterías que él hacía, todas las fichas en una bolsa de tela y decir mano y bolsa y sacar la mano limpia.

Uno aprende desde muchacho como es eso de ser hombre si uno llega a conocer a Cupertino.

Ahora estaba ahí, con algodones en aquellos huecos de nariz que humearon tanto, amarillo como la tierra del tendal, caído como la vieja Fellita, como Celestino Guevara, como uno de su propios gallos, sólo la roja certeza de dolor de sus tres hijos propios y de Luisa Beltrana y de todos los demás que supieron de su empeño por vivir en tono con la alegría y con la paz.

El padre habló de Lázaro, a uno le dieron ganas de ser Jesús.

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